21:30. Preparo la bici y salgo a rodar. Las calles respiran jueves por la noche.
Poco a poco me alejo del ruido y la luz y me voy adentrando en el mundo del silencio, los olores, las sensaciones.
La noche es clara y la temperatura ideal. Casi noviembre y de corto, me encanta vivir aquÃ. Desde la ladera del Tibidabo una infinidad de lucecitas parpadean; cada una guarda una historia. Para unos ha finalizado la batalla diaria, un dÃa más sorteando la maldita crisis, un dÃa menos para llegar al final. Para otros la batalla empieza justamente ahora, la de gastar la noche y apurar la vida.
Yo pedaleo redondo y suave, lo que da el 32x16. No hay más.
Sólo se oye el silencio, huele a pino y a noche.
Nuestro Cristo Redentor particular brilla con fuerza en la cima del Tibidabo, vigilando la ciudad como si fuese el de Corcovado.
De vez en cuando me cruzo con alguno de mis amigos salvajes. Bueno, no tan salvajes, en realidad son bastante mansos.
Resultado de ayer: JabalÃs 9 - Conejos 3. Esos grandullones siempre ganan por goleada. Ya me parecÃa a mà que en realidad el tamaño sà que importa.
Por cierto, 9 jabalÃs en una noche es record. El timbre de la bici echa humo.
Casi ni me doy cuenta y ya estoy de vuelta. Los primeros coches me reciben aparcados, pero en su interior derrapa la pasión. Luego ya viene el asfalto, el ruido, la luz, el olor a ciudad.
Ya es hora de irse a dormir, mañana será otro dÃa.